El 3 de septiembre de 1922, un equipito de fútbol veía la luz entre el entusiasmo y sonrisas de unos sencillos trabajadores, con la piel quemada por el intenso sol de Ferreñafe. Hace 90 años, los peones de la hacienda Batangrande no imaginaban que con su iniciativa de darle a la pelota, nacía el gran Juan Aurich, el famoso Ciclón del Norte.
A puertas que el orgulloso Ciclón cumpla noventa años, el recuerdo de Batangrande y los trabajadores de esa hacienda, crece aún más, volviéndolos auténticos mártires en la historia del actual campeón del fútbol peruano.
Batangrande mantiene el ncanto de hace 90 años. La casa del hacendado Juan Aurich Pastor fue testigo de esa tarde que, después de la faena cotidiana, los trabajadores decidieron formar el Ciclón.
Una pelota ya gastada de tantos patadones en los terrales fue incitador de la idea que dio luz al Aurich.
El sol sigue quemando en Ferreñafe como esa memorable tarde. Muchos árboles que han resistido el paso de los años y se mantienen aún erguidos como nuestro querido club rojo, también fueron testigos de excepción de esos habituales partiditos que se armaban después de recoger la caña y pastear a los animales. Si acaso quisieran hablar, dirían mil anécdotas de aquella famosa y dichosa iniciativa.
Juan Aurich Pastor no jugaba pero le gustaba ver los partidos de sus trabajadores y sentado en el porche de la famosa casa amarilla, veía a sus trabajadores pelotear hasta entrada la noche, aplaudiendo las mejores jugadas.
No eran Eladio Reyes o Luis Tejada o alguien volaba como Francisco Mendoza, pero esos sencillos trabajadores, de callosos pies, de mangas remangadas y pantalones sucios, de rostros curtidos por las faenas y coloreados por el inmenso sol ferreñafano, fueron precursores de lo que llegaría después: los golazos de Próspero Merino, los zapatazos del "Loco" Carbonell, la picardía de "Perico" León, la inigualable clase de Julio Meléndez, el talento de Mayer Candelo y la copa en alto de campeón nacional en manos de Luis "Cuto" Guadalupe.
Batangrande más que un símbolo o escenario de la historia lambayecana, es epicentro de un Ciclón. De allí, en medio de esos cobertizos de maderas, de intensos cacareos de gallinas, del cántico de los cañaverales agitándose al fuerte viento de los atardeceres, se sembró la semilla de lo que hoy es Juan Aurich.
Aurich vivó mil historias a partir de esa tarde del 3 de septiembre. Tuvo una tragedia en el tristemente célebre "cruce de la muerte", fue el primer equipo provinciano en clasificar a una Copa Libertadores y el primero en ganar de visita en el tope copero y hoy por hoy es el campeón nacional.
Muchos dirán que Aurich murió y desapareció y que es otro Ciclón. Necios. Olvidan que las leyendas nunca mueren. Que los mitos son inmortales. Y Juan Aurich lo es. Y si es verdad que debió fusionarse varias veces para seguir jugando, es que el amado equipo rojo es como aquel héroe que lo hicieron pedazos... pero jamás pudieron matarlo.
Aurich es tan inmortal que resucító tantas veces fue necesario para seguir deleitando a los hinchas con sus goles y triunfos, con vueltas olímpicas y alegrías.
Y esa historia que se tiñe de rojo, que viste los colores de nuestra bandera, tiene nombre y apellido. Se llama Juan Aurich. Y nació allí, en la hacienda Batangrande, en medio del olor a la dulce caña, de una tarde caliente y de sol prendido como antorcha en medio del límpido cielo ferreñafano. Un grupo de trabajadores decidieron formar un equipo y ese elenco cuya acta de nacimiento se escribió con sudor, es el inigualable Ciclón del Norte.
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